Ya no hay intercambio simbólico a nivel de las formaciones sociales modernas, no como forma organizadora. Desde luego, lo simbólico las obsede como su propia muerte. Precisamente porque no regula ya la forma social, ellas no lo conocen más que como obsesión, como exigencia constantemente obstaculizada por la ley del valor. Y si bien una cierta idea de la Revolución trató a partir de Marx de abrirse paso a través de esta ley del valor, con el tiempo se fue convirtiendo en una Revolución conforme a la Ley. El psicoanálisis, a su vez, gira alrededor de esta obsesión, pero la elude al mismo tiempo al circunscribirla al inconsciente individual, la reduce, bajo la Ley del Padre, a una obsesión de la castración y del Significante. Siempre la Ley. Sin embargo, más allá de los tópicos y de los económicos, libidinales y políticos, que gravitan todos en torno a una producción, material o de deseo, en la escena del valor está presente el esquema de una relación social fundada en la exterminación del valor, cuyo modelo nos remite a las formaciones primitivas, pero cuya utopía radical empieza a explotar lentamente a todos los niveles de nuestra sociedad en el vértigo de una rebelión que ya nada tiene que ver con la revolución ni con la ley de la historia, ni siquiera —pero esto tardará más en aparecer porque su fantasma es reciente— con la «liberación» de un «deseo».
En esta perspectiva, otros acontecimientos teóricos adquieren una importancia capital: los anagramas de Saussure, el intercambio/don de Mauss, hipótesis estas más radicales a la larga que las de Freud y Marx, perspectivas censuradas precisamente por el imperialismo de las interpretaciones freudiana y marxista. El anagrama o el intercambio/don no son episodios curiosos dentro de los confines de las disciplinas lingüísticas y antropológicas, modalidades subalternas respecto a las grandes máquinas del inconsciente y de la revolución. Por el contrario, en ellas vemos perfilarse una misma gran forma de la cual marxismo y psicoanálisis no hacen quizá sino derivar, por desconocimiento, una forma que no beneficia ni a la economía política ni a la economía libidinal, al trazar desde aquí, desde ahora, un más allá del valor, un más allá de la represión, un más allá del inconsciente. Son cosas que suceden.
Ya no hay intercambio simbólico a nivel de las formaciones sociales modernas, no como forma organizadora. Desde luego, lo simbólico las obsede como su propia muerte. Precisamente porque no regula ya la forma social, ellas no lo conocen más que como obsesión, como exigencia constantemente obstaculizada por la ley del valor. Y si bien una cierta idea de la Revolución trató a partir de Marx de abrirse paso a través de esta ley del valor, con el tiempo se fue convirtiendo en una Revolución conforme a la Ley. El psicoanálisis, a su vez, gira alrededor de esta obsesión, pero la elude al mismo tiempo al circunscribirla al inconsciente individual, la reduce, bajo la Ley del Padre, a una obsesión de la castración y del Significante. Siempre la Ley. Sin embargo, más allá de los tópicos y de los económicos, libidinales y políticos, que gravitan todos en torno a una producción, material o de deseo, en la escena del valor está presente el esquema de una relación social fundada en la exterminación del valor, cuyo modelo nos remite a las formaciones primitivas, pero cuya utopía radical empieza a explotar lentamente a todos los niveles de nuestra sociedad en el vértigo de una rebelión que ya nada tiene que ver con la revolución ni con la ley de la historia, ni siquiera —pero esto tardará más en aparecer porque su fantasma es reciente— con la «liberación» de un «deseo».
En esta perspectiva, otros acontecimientos teóricos adquieren una importancia capital: los anagramas de Saussure, el intercambio/don de Mauss, hipótesis estas más radicales a la larga que las de Freud y Marx, perspectivas censuradas precisamente por el imperialismo de las interpretaciones freudiana y marxista. El anagrama o el intercambio/don no son episodios curiosos dentro de los confines de las disciplinas lingüísticas y antropológicas, modalidades subalternas respecto a las grandes máquinas del inconsciente y de la revolución. Por el contrario, en ellas vemos perfilarse una misma gran forma de la cual marxismo y psicoanálisis no hacen quizá sino derivar, por desconocimiento, una forma que no beneficia ni a la economía política ni a la economía libidinal, al trazar desde aquí, desde ahora, un más allá del valor, un más allá de la represión, un más allá del inconsciente. Son cosas que suceden.